(45) ¡La Cuenca, que no valle, de México!
Escrito por cavilaciones el 19 enero, 201419 de enero de 2014
¡La Cuenca, que no valle, de México!
La guerra civil española nos envió a gente eminente que huyendo de la tragedia encontraron con nosotros cobijo y buena disposición hacia ellos y ellos se instalaron entre nosotros desplegando sus conocimientos en todos los niveles. Entre ellos llegó en 1939 el antropólogo Ángel Palerm Vich para instalarse como docente en la UNAM y más tarde en la UIA. En su libro Obras hidráulicas prehispánicas explica:
“Quizá las conclusiones más importantes a las que llegaron estos viejos estudios del Valle de México, se derivan del descubrimiento de que sus habitantes se encontraban frente a una cuenca, en la que los diversos lagos funcionaban como un sistema de vasos comunicantes, ya que la comunicación de entre los vasos estaba determinada por el régimen cíclico de lluvias y secas, y en el período lluvioso se acentuaba la tendencia del sistema natural de drenaje a descargar los excedentes posibles sobre el Lago de Texcoco (el de nivel cero en relación con los otros). Una vez que este vaso se llenaba, lo que ocurría con alarmante rapidez, las aguas rebosaban e invadían el lago de México que estaba casi a la misma altura (solo 2 metros arriba)”.
También dice que en las épocas de secas los lagos altos se convertían en pantanos y el de abajo no recibía aguas bajando de nivel y concentrándose de sal.
Pácatelas. Desde que tengo conciencia de donde estoy parado siempre he sabido que la Ciudad de México está en el Valle de México. Pero hete aquí que este valle es una cuenca. Para sacarme de mi error, y no por tarugo ya que cualquier defeño te dirá que esto es el Valle de México, y para entender de qué se trata esta afirmación acudí antes que nada al Diccionario de la lengua española:
Diccionario de la lengua española (http://lema.rae.es/drae/)
El Diccionario de la lengua española (DRAE) es la obra de referencia de la Academia. La edición actual —la 22.ª, publicada en 2001— incluye más de 88000 entradas.
Y ahí encontré lo que a continuación les platico, veamos:
cuenca1.
(Del lat. concha).
1. f. Cavidad en que está cada uno de los ojos.
2. f. Territorio rodeado de alturas.
3. f. Territorio cuyas aguas afluyen todas a un mismo río, lago o mar.
valle.
(Del lat. vallis).
1. m. Llanura de tierra entre montes o alturas.
2. m. Cuenca de un río.
3. m. Conjunto de lugares, caseríos o aldeas situados en un valle.
Por lo tanto el Valle de México es una cuenca aunque la tradición nos diga: ¡esto es un valle, car…!
Esta enorme cuenca de 8000 kilómetros cuadrados, en la altiplanicie mexicana está rodeada de una serie de cadenas montañosas. No tiene ninguna salida natural por lo que los escurrimientos de agua de todos esos cerros y las lluvias de temporada se almacenan en el interior formando lagos y resumiéndose para formar grandes depósitos subterráneos.
El famoso Lago de Texcoco donde se ubicaba La Gran Tenochtitlán es solo una parte de toda la zona lacustre de la Cuenca de México. En el centro tenemos el Lago de Texcoco, al norte está el Lago de Xaltocan y un poco más arriba hacia la izquierda el Lago de Zumpango. Al sur está el Lago de Xochimilco y dándole la mano hacia la derecha su cuate el Lago de Chalco. Las alturas de estos calculadas en 1864, tomando Texcoco como centro e igual a cero, Zumpango y Xaltocan están arriba 6 metros; al sur Xochimilco con más 3.2 metros y Chalco con más 3.1 metros. El Lago de Texcoco tenía un gemelo dos metros arriba al que podríamos llamar, así lo he visto, Laguna o Lago de México, precisamente donde los aztecas fundaron La Gran Tenochtitlán.
Son los mismos cinco lagos que todavía existen en la cuenca que ahora apenas son una muestra de lo que fueron. Y no tardan en desaparecer, gracias a la mano civilizadora y a su vez devastadora de nuestros antecesores lejanos, recientes y nosotros mismos (probablemente los depredadores por excelencia).
En la temporada de lluvias los torrentes que bajaban de las montañas llenaban los cinco lagos. De los superiores se lanzaban cuesta abajo los grandes volúmenes de agua que los rebosaban. Rápidamente subía el nivel del agua hasta cubrir la Laguna o Lago de México. Zumpango, Xaltocan y Texcoco (Aguas salobres), Xochimilco y Chalco (agua dulce no potable por su contenido de desechos naturales del ecosistema) vertían sus excesos sobre la Ciudad. Imagínense el vaivén de las aguas, los torrentes que se desplazaban por toda la cuenca en las buenas temporadas de lluvias. Las inundaciones en la Gran Tenochtitlán y después en la Ciudad de México son históricas.
Como nota aparte, el agua sigue la ruta del menor esfuerzo, reconoce sus territorios y sin miramientos se lanza a ocuparlos cosa que aún no aprendemos, somos necios por naturaleza.
Los mexicas (aztecas) llegaron alrededor del siglo XIII. Los veo cargando a lomo todos sus enseres, los veo entrando desde lo alto de las montañas a la cuenca. Paisaje hermoso lleno de agua y de vida. Se embelesaron con los cinco lagos que en época de aguaceros mezclaban sus aguas formando un gran espejo. Para ese momento un buen número de pueblos estaban asentados a las orillas del sistema lacustre. Muchos de ellos vivían de la sal que obtenían por la evaporación de las aguas salobres de los lagos. El agua potable se obtenía de los manantiales existentes la cual también servía para riego de sus cultivos.
Parece ser que estos antiguos pobladores construyeron en la parte baja de la cuenca un dique de la Sierra de Guadalupe al Cerro de la Estrella para proteger la Laguna de México, quien sabe cómo la llamaban ellos, de las inundaciones periódicas de agua salada. Esta agua no era potable pero servía para las siembras.
Y que les cuento, ahí en medio del agua un islote y el águila sobre un nopal devorando una víbora, misión cumplida, el sueño de generaciones hecho realidad. Al bonche de mexicas les ganó el gusto y seguro gritaron a una voz: “¡de aquí somos!”
Les gustó el cerro del Chapulín pero los dueños les dijeron que se fueran a otro lado con todo y sus triques, ahí ya no cabían. Les cedieron un islote inhóspito, ese del águila, con el afán de que desistieran. Pero estos tercos, no puedo decir como mulas porque no había mulas, se instalaron ahí en 1325 e iniciaron un imperio que duro 200 años, del Golfo hasta el Pacífico y de la frontera con el Imperio Tarasco (Michoacán) hasta Chiapas.
El islote se les hizo chico y se esmeraron en la técnica de construcción de las chinampas. Construir chinampas requería de conocimientos que fueron enriqueciéndose y haciéndose más complejos hasta para propiciar la construcción de ciudades encima de ellas, tal y como se construyó la Gran Tenochtitlán.
Las famosas chinampas (viene del náhuatl chinamitl: seto o cerco de caña o de varas) se encontraban en aguas poco profundas. Esas que ahora presumen en Xochimilco, no las inventaron los aztecas, hay indicios de su existencia desde el siglo uno de nuestra era, se daban por todas partes alrededor de la zona lacustre. Afianzadas en su sitio con estacas de sauce se construía un cerco de cañas y lo rellenaban de lodo y lo abonaban con excremento de murciélago. Se cultivaba calabaza, maíz, frijol, chiles tomate y una gran variedad de flores.
Con astucia y beligerancia, con un sistema estricto de recaudación de impuestos crearon riqueza y construyeron una sofisticada ciudad con templos y palacios magníficos, avenidas y calzadas y una red de canales y acueductos para agua potable de asombrar.
Ya asentados los aztecas, ya levantando lo que sería la Gran Tenochtitlán sufrían los embates de las aguas un año sí y otro también. Las torrenciales lluvias en los cerros se convertían en un tsunami local que arrasaba la ciudad azteca en medio de la Laguna de México seguramente con destrucción de buena parte de las edificaciones y pérdida invaluable de vidas.
El Tlatoani tenochca Itzcoátl (más o menos entre 1440 y 1503) recibe la ayuda del Tlatoani texcocano Nezahualcóyotl. Este sabio gobernante, poeta e ingeniero entre otras de sus gracias, con visión progresista proyecta un enorme dique para controlar las aguas del Lago de Texcoco. Dique que sería conocido como el albarradón de Nezahualcóyotl.
Los aztecas ni tardos ni perezosos pusieron manos a la obra, había que protegerse de las inundaciones. El emperador azteca Itzcoátl contaba con mano de obra abundante proveniente de los pueblos sometidos por la Triple Alianza. Construye el albarradón partiendo de Atzacoalco hasta Iztapalapa, de norte al sur del lago.
El Lago de Texcoco se divide en dos gracias a este albarradón: el mismo Lago de Texcoco y la laguna de México con dos metros de desnivel más alta. Al poniente quedaron las aguas salobres de Texcoco y al poniente el vaso que se llenó de las aguas dulces de los lagos de Chalco y Xochimilco gracias a que estos se encontraban un metro más alto que la Laguna de México. Una estratégica distribución de compuertas regulaba el flujo de las aguas. Cuando los niveles variaban anunciando peligro de inundaciones abrían o cerraban compuertas para nivelarlos. Por un lado florecieron las salinas y por el otro las chinampas y progresaron los pueblos de Iztapalapa e Iztacalco allá por el Cerro de la Estrella.
Los lagos de agua dulce de Xochimilco y Chalco ofrecían las mejores condiciones para la existencia de las chinampas aunque también en los lagos del norte existieron.
Cuando los españoles trepados en el ahora llamado Paso de Cortés (3600m de altitud) visualizaron el enorme lago en esa cuenca a sus pies con esa enorme ciudad en una isla, la Gran Tenochtitlán (2400m de altitud) flotando en sus aguas y surcada por canales de todos tamaños no podían creerlo. Para esos años los que saben de esto le calculan 200mil habitantes. Las suyas, Madrid y Barcelona, no pasaban de 60mil cada una; Sevilla rescatada en 1492 del esplendor árabe llegó a 100mil habitantes. En 1500 se estima que París, Milán, Nápoles y Venecia tenían 100mil habitantes.
Ciudad encalada en blanco y llena de colores, rojo ámbar azul, con los que gustaban sus moradores recubrir los muros labrados en piedra y aplanados. La ciudad cruzada por rectos canales, anchos los principales y un sin número de secundarios; las amplias calzadas rectilíneas que nacían en la mera plaza central que unían la hermosa ciudad con las riberas.
Gran Tenochtitlán era el centro del imperio azteca. Una Isla rodeada por las exuberantes chinampas llenas de los colores de sus siembras y con sus casas donde los del pueblo vivían y cultivaban las hortalizas que surtía parte de las necesidades de los habitantes.
Me imagino el hervidero de hombres mujeres y niños (¿y si fue día de mercado?) que probablemente se veían de tamaño de laboriosas hormigas. Un sin número de habitantes en las plazas, recorriendo las calzadas. Montón de chalupas y trajineras pletóricas de mercancías surcando los canales, yendo y viniendo desde los innumerables pueblos ribereños, vasallos del emperador Moctezuma y que tenían relación económica con ese emporio que exudaba orden y vida con intensidad.
Con edificios majestuosos, los Grandes Templos y Palacios del Emperador, las casonas de sus allegados los nobles y el centro ceremonial con la intocable casta de los sacerdotes y el Calmécac, la escuela de los nobles. Y los barrios del pueblo común y corriente con su respectiva escuela (Telpochcallis) para la raza en edad escolar (los macehualtin). Los mexicas eran muy cuidadosos de la educación de sus hijos. ¿Y el CNTE? Les hubieran sacado el corazón.
Desde las alturas de Paso de Cortés, la Gran Tenochtitlán y su reflejo en el espejo acuoso, debe haber sido una imagen deslumbrante e impresionante, ¡una auténtica Joya!, que apabullaba a cualquiera. Definitivamente a los españoles se les cayeron las armaduras y hasta los calzones. Deslumbrados lo menos que se les ocurrió fue compararla con Venecia, inmediatamente les vino a la memoria esa Hermosa Venecia, capital estado, al norte de Italia y en las orillas del Mar Adriático.
Ellos, los españoles, sabían de Venecia y Roma y Nápoles y de Italia. Hay que recordar que desde 1494, dos años después de terminar la guerra de expulsión de los árabes de Sevilla, último reducto árabe, los reyes católicos de España, Isabel y Fernando, empezaron a meter la mano y sus ejércitos en el sur de Italia.
¡Qué bárbaro! Ya no se ni por que escribí todo esto, pero salió bonito ¿a poco no? De cualquier manera ustedes ya conocen a este escribidor que buscando cachivaches encuentra un chorro de cosas que se atreve a escribirlas y ponerlas en sus manos con las ganas de que les gusten o las destrocen a tijeretazos o un cerillazo.
Cual haya sido su decisión no dejen de recomendarme, con sus amigos o sus no tan amigos.
Así de simple, ¿o no?
Eduardo
Eduardo Gama Barletti
excelente artículo, describe de una manera muy familiar la historia de la cuenca de México