7 ¡El famosísimo y nunca bien ponderado Bicentenario!
Escrito por cavilaciones el 8 septiembre, 2010A lo mejor no voy a decir nada nuevo ni nada viejo. Probablemente lo que lean a continuación ya lo han leído mas de cien veces o lo oyeron en algún lado o lograron ver algún programa de tele dedicado a este tan sonado evento. Yo tengo la pobre impresión de que se ha hecho mucho ruido pero con muy pocas nueces. Estos dos últimos años debieron bombardearnos con información de calidad sobre los dos pasados siglos de nuestro país. Siglos ciertamente tormentosos de los cuales ni valga la pena hablar para no abrir heridas dolorosas, malestares que a cada quien le llegan de diferente manera. La historia es como el arcoíris: lleno de colores y es bien difícil decir donde empieza y dónde termina. Colores de la historia. Pero de la historia se aprende, de cada capítulo que se vive se sale renovado y con miras sino más elevadas si diferentes. Es posible que la historia oficial que nos han contado no nos motive para seguir investigando, esa que aprendimos en nuestros años escolares, pues ya después en la vida de lucha constante por la sobrevivencia a la que nuestros ilustres gobiernos nos han acostumbrado no tienes un respiro para leer mas historia. O no encuentras libros de historia diferentes a los escolares o te enfrentas con verdaderos mamotretos tan aburridos que no pasas ni del título. Pero existen una serie de libros de novela histórica o historia novelada, no sé cual sea mejor calificativo, no solo referente a nuestro país, de un sinfín de temas, viajes a través de miles de años, que te llevan por un mundo real de hechos con personajes de carne y hueso con sentimientos humanos, más allá de una relación de personajes relacionados entre sí dentro de un manojo de fechas y ubicados en terrenos desconocidos. Puede ser que el tamaño de mi ignorancia no permita percatarme de lo valioso de la información expresada en los susodichos mamotretos y que caiga agradablemente en los relatos novelescos, los cuales, con mucho, prefiero. Me encanta la historia en esta forma, con cierto grado de fantasía la cual tu acomodas a tu personal punto de entenderla, al fin de cuentas dicen que la historia es del color del que la cuenta y tiene otro color cuando uno la lee. Ahora con la maravilla de internet puedes recurrir a fuentes de diversa índole para aclarar tus dudas, acotar tu ignorancia, o peor aún, hacerla crecer.
Total, igual que los festejos oficiales del bicentenario, mucho ruido y pocas nueces y me estoy alejando de la médula de estas Cavilaciones y Desvaríos, esto último no me cuesta mucho trabajo pues desvariar es mi estado natural. Muchos cercanos a mí lo confirman no abiertamente pero estoy casi seguro que lo piensan. Y si no lo piensan vayan vacunándose para no contagiarse y si no a las edades en que estamos apacentados, mis queridos contlapaches (compinche, encubridor), brota en forma natural. Protéjanse, no digan que no se los dije.
Al fin de cuentas, no piensen que soy mal mexicano, no sé lo que realmente quieren festejar con tanto bombo y platillo, ¿o ya lo estamos festejando? (a lo mejor por muchos años no lo hemos dejado de festejar) con estas fechas bicentenarias. Lo que yo he leído, visto y vivido, a lo largo de mis años me ha dejado la impresión que durante estos dos siglos nos hemos estado dando con la sartén, con la maceta o una macana, con la injuria o la suma de denuestos, con rumores y mentiras, soltando borregos o con la práctica de la bien acogida grilla (entiéndase aventar la piedra, esconder la mano, observar los resultados obtenidos, aventar la segunda o tercera o equis número de piedra hasta que los resultados sean los perseguidos) o con lo que esté al alcance (ojala fuéramos tan productivos como para los rollos negativos). A lo mejor todo esto es porque así salimos mejor librados; preferimos un santo guamazo rápido y fuerte, que una larga peregrinación por los entresijos políticos y sociales que cualquier diálogo o concertación trae consigo. El eterno aquí estoy pero no soy el que está aquí, mejor me hago rosca y ni aparezco, que las cosas sucedan siempre que el responsable, el quemado, sea otro, no yo.
La cosa esta del bicentenario empezó por ahí de la conquista del imperio azteca por un grupo de bellacos españoles llenos de mugre y de enfermedades contagiosas metidos en relucientes armaduras metálicas y rodeados de cientos de indígenas, actualmente los identificamos despectivamente como la indiada, ardidos con los tenochcas y contando con la enorme ventaja de la ingenuidad de sus anfitriones comandados por Moctezuma. Durante trescientos años se creó un imperio, el virreinato de la Nueva España, enormemente rico y ricamente depauperado por la Madre Patria. El poder en manos de los peninsulares, pocos pero muy listos, (virreyes y toda la parafernalia inútil de aristócratas que los rodeaban, burgueses, militares, clero, burócratas, etc.). Y los oriundos de esta tierra, los criollos, hijos de españoles nacidos aquí de primera o mas generaciones, quedaban en medio, entre los ricos peninsulares y esa clase, también oriunda de estas tierras, despreciada, devaluada, esa clase trabajadora, sometida y explotada, esa clase integrada por mestizos, mulatos, negros y la vorágine de indios. Para los peninsulares los criollos también pertenecían a este grupo aunque con ciertos privilegios. Las noticias de la revolución francesa y de la independencia de los güeros del norte fluían con rapidez y planteaba un montón de dudas entre los que se consideraban desplazados por esos extranjeros que continuamente llegaban a des-gobernarlos enviados por un rey de un reino ya decadente, lleno de problemas y de corrupción e invadido por las fuerzas napoleónicas. Ya se sentían mexicanos, México empezaba a existir en el corazón de todos los locales como país del cual había que sentirse orgulloso. Seis millones de mexicanos variopintos gobernados por una minoría blanca y de sangre pura, eso decían ellos, integrada por los peninsulares (más o menos 20,000) apoyados por los criollos; estos, que ya los sobrepasaban en número, se sentían excluidos a la hora del reparto del pastel cocinado con títulos y puestos públicos. En 1808 el caos se veía venir a la Nueva España. Así, Iturrigaray, virrey en funciones propuso, cuando menos lo intento, formar una junta de gobierno independiente, pero un grupo de oriundos de por allá, pocos pero todos ellos españoles, montaron un golpe de estado (traición), apresaron al virrey y se declararon fieles a España. Y de aquí palreal; los criollos acicateados y con la mirada puesta en la autonomía, esta era la panacea para todos los males y el año siguiente en Valladolid (Morelia), gestaban ya el futuro inicio de la guerra por la Independencia.
Dos años más tarde todo el mejunje fue descubierto, probablemente por algún delator (traición), como esos de tantos a los que estamos tan acostumbrados, y los acontecimientos se precipitaron. Hidalgo y Allende se lanzaron a la aventura en la madrugada del 16 de septiembre, como todos ya sabemos, de 1810. En el pueblo de Dolores al son de las campanas y con un estandarte de la Virgen de Guadalupe, en la mano de Hidalgo, se pusieron al frente de los vecinos, otra vez la indiada tan útil para servir como carne de cañón, y soliviantándolos se lanzaron en pos de una quimera, sin saber hasta dónde iban o querían llegar. Rápidamente conquistaron las poblaciones del alrededor-Guanajuato, Celaya, Valladolid-y se lanzaron sobre la capital. Se almorzaron a los realistas en el Monte de las Cruces, en las puertas de la Capital. Pero algo los hizo desistir, la versión popular dice que querían evitar la masacre de los citadinos en manos del populacho ya enardecido y sediento de venganza; la otra versión habla de estrategia militar, que no querían quedar acorralados en el valle de México; habrá otras y seguro todas son conjeturas. Calleja, el comandante gachupín, los correteo sin tregua, los derrotó en Alcuco, Guanajuato y Valladolid. Con la cola entre las patas se refugiaron en Guadalajara y de ahí jalaron para el norte. Ni un año les aguanto el arranque de caballo inglés. Nada más nueve meses y los caudillos-Hidalgo, Allende, Aldama, Jiménez-fueron apresados y ejecutados. Pero en el sur, tierra caliente, probablemente el primer caudillo insurgente no criollo, el mestizo Morelos, además de arriero y agricultor, cura, claro del bajo clero, puso en jaque a los realistas. El y sus lugartenientes, en 1813, declararon en el congreso de Chilpancingo a México república independiente con derechos iguales para todos los mexicanos. Félix Calleja, ya virrey, terco como mula del país, los combatió y los acorralo en Apatzingán. Los tercos del otro lado aprovecharon su estancia ahí y promulgaron la primera constitución de México. El año siguiente, 1815, Morelos cayó preso y fue fusilado. Todo se diluyó, guerrillas por aquí por allá, algunos jefes insurgentes fueron apresados y fusilados, otros muchos dejaron las armas aprovechando las indulgencias realistas. Guadalupe Victoria se esfumó en las selvas veracruzanas. Vicente Guerrero, mulato del estado de Guerrero y nacido en Tixtla, continuó en la brega contra viento y marea y a pesar que Apodaca, el nuevo virrey recién desempacado de la Península, tomo de rehén a su padre, no desistió. Mientras tanto las olas seguían agitando España, el rey Fernando VII aceptaba en 1820 la constitución de Cádiz la cual limitaba sus funciones y acotaba su poder. Los peninsulares de por acá sintieron sus barbas remojar y decidieron buscar la Independencia y evitar que esa constitución se implantara por estos lares, no les convenía (traición). Nombraron a Agustín de Iturbide comandante de las fuerzas realistas con la orden de acorralar y acabar con Guerrero. Pero este muy listo se cambio de bando (traición), lanzó el Plan de Iguala, México independiente y católico donde todos los habitantes nos convertíamos en iguales sin importar el color o la procedencia. Para mí que, a río revuelto ganancia de pescadores, él ya trabajaba en su futuro, una corona de emperador (traición) para su cabecita. Con el afán de concluir el derramamiento de sangre Guerrero se le unió y formaron el Ejército Trigarante. Otro virrey, O’donoju, llega para reconocer por parte de España la independencia de México y se firman los tratados de Córdoba. El 27 de septiembre de 1821 entra Iturbide triunfante a la ciudad de México al frente del Trigarante. Ni un año de paz le dio a este país cuando ya se instalaba en el trono como el emperador Agustín I (traición). El gusto no le duro ni un año, los insurgentes se le rebelaron y lo pusieron de patitas en la calle.
Y a otra cosa mariposa, por el momento, esto continuará.
Y ya lo saben, todo lo que aquí atrás expreso es mi simple percepción, la de un ciudadano común pobremente informado hasta donde los medios han querido, o podido, sumado a lo que se lee por aquí o por allá y al intercambio verbal y escrito de opiniones con los amigos. Aun así me
responsabilizo de la verdad o ingenuidad de lo aquí escrito.
Así de simple, ¿o no?
Eduardo


